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Crónica 2: Cuando Eliane Elias me peló la papaya

Hoy empieza el Festival Xàbia Jazz; mejor dicho: hoy comienza la décima edición.
 Yo trabajo en el evento desde hace tres, es decir, éste será mi tercer festival. Me suelo ocupar de vigilar que los artistas tengan a su disposición todo lo que han pedido en sus contratos y de que se sientan lo más cómodamente posible.
En mi primer festival, o sea el de 2008, me cayó el encargo de satisfacer el capricho de la cabeza de cartel del Xàbia Jazz de aquel año, la cantante brasileña Eliane Elias. En el contrato había estipulado que quería cuatro papayas, que debían estar disponibles para ella desde el momento en el que llegara a Xàbia.
 Por la mañana de aquel día recorrí todas las fruterías del pueblo y no hubo manera de encontrar nada hasta que en el Mercado di con un proveedor amable que me las hizo llegar desde no sé dónde. Allí estaban las papayas, exuberantes, firmes, en una caja de cartón. Me las llevé a casa como si fuesen un cheque bancario, no quería que les pasara nada, absolutamente nada…
Y llegó Eliane Elias, con su melena rubia, con sus manos precisas de pianista, con su encantador acento portugués (hablaba bastante bien español).
Yo había colocado dos papayas junto al resto de la merienda. Las otras dos estaban a buen recaudo, bajo llave, con lo que me había costado encontrarlas, para ir jugando. Les dejé a los tres -a ella y a dos músicos más- y al volver para preguntar si iba todo bien miré de reojo la mesa de la comida y allí seguían las papayas, exuberantes y firmes. No las habían tocado.
Realizaron el ensayo; y después, ya anocheciendo, se vistieron y se prepararon para la cena. Acompañé a la gente del cátering con el objetivo de controlar que situaban las papayas en un lugar visible, para que ella las viese con facilidad. Al acabar la cena entré para preguntar si había ido todo bien e informarles de que bajaríamos al escenario a las 22:25h. Mientras le hablaba no pude evitar la tentación de buscar con la mirada si en su plato había restos de una papaya que había pasado a mejor vida. Pero miré allí en vano y, sin embargo, junto a la bandeja de ensalada continuaban las papayas, exuberantes, firmes; y enteras.
La actuación fue espectacular. Eliane Elias encandiló al público con clásicos del jazz y otros procedentes de la bossa nova como La chica de Ipanema (¿os apetece oírlo?). Hubo bis y, tras los aplausos, la cantante y los dos músicos volvieron al camerino.
Habían pedido que les dejásemos la comida y también otra botella de vino. Así lo habíamos hecho. Entré con ellos al camerino y entonces fue cuando ya no pude más. Pensé en la estrategia a seguir: primero la felicitaré por el concierto y después se lo diré.
Dudé un instante pero al final me decidí:
Felicidades por la actuación, la gente ha vibrado con el concierto y desde la organización estamos muy satisfechos, le dije.
Yo también estoy muy contenta y además el vino está muy bueno, me respondió con una sonrisa y una copa de vino en una de las manos.
– Me alegro. Pero… me costaba seguir.
– ¿Si?, me interrogó.
– Quería decirte que tenemos las papayas que pediste, por si te apatecen, le solté sin tapujos.
-Oh, claro. Dame una. Te voy a enseñar cómo pelarla, reaccionó sonriente.
Entonces Eliane Elias cogió la papaya de mis manos, se la puso en el regazo del vestido negro elegante escotado que se había puesto para la actuación, alargó el brazo para alcanzar un cuchillo y rajó la fruta de arriba abajo. Mira, ahora con delicadeza y una cuchara vas sacando lo más bueno, que va muy bien para la piel y para muchas cosas más. Y me ofreció una cucharada de papaya. Instantes después abrió otra.